Plano de Sevilla de Pablo de Olavide

martes, 25 de octubre de 2011

Por fin sabemos los que es 2.0 ( a buenas horas)

Resulta que cuando consigo enterarme de lo que es la web 2.0, ya ha sido desbancada por la novedad de la 3.0. La obsolecencia en este mundo es cuestión de segundos y no hablo en broma cuando digo que esta continua sensación de quedarse atrás, me produce un profundo desasosiego.

Pasiones bibliotecarias

Estoy intentado reproducir un precioso artículo del columnista de el país Manuel Rodríguez Rivero publicado hace unos días pero no encuentro la manera de hacerlo salvo con el rudimentario copiar y pegar. Comprendo que el aspecto  no invita  a la lectura  ( hoy en día no basta con decir algo que merezca la pena sino que además tiene que entrar por los ojos)  pero os invito aque lo leais, que merece la pena.



Escudriño los anaqueles atiborrados de volúmenes (tengo, falta, falta, tengo) fotografiados en las páginas de Donde se guardan los libros (Siruela), la última incursión de Jesús Marchamalo por las bibliotecas de notables escritores vivos, mientras me pregunto cómo sería esta obra si se escribiera y publicara dentro de medio siglo, cuando las tecnologías de la lectura hayan reducido el libro analógico a objeto de semilujo, como una especie de excepción a la (entonces más que probable) regla digital. Incluso ahora, lejos todavía de ese escenario, y cuando la mayoría de sus propietarios no dispone de tabletas lectoras, esas cercanas bibliotecas de amigos y conocidos ya tienen algo de pleistocénicas, como de vitrinas de anticuario repletas de atrabiliarios artefactos, como de barracas de feria en que se exhibe un saber remoto, lento y obstinado, quizá redundante, en todo caso desmesurado e inabarcable.
Llega un momento en que uno comprende no solo que el saber ocupa lugar, sino también que hay saberes que ya no interesan
José Gaos decía que una biblioteca personal no era, en realidad, más que un proyecto de lectura, una declaración de intenciones acerca de todo lo que su propietario pensaba leer o releer o revisitar en el resto de su vida. Dejémonos de malentendidos: en toda biblioteca privada que merezca ese nombre hay -y debe haber- muchos, muchísimos más libros de los que su propietario leerá a lo largo de su existencia. Si uno no adquiriera el siguiente hasta haber terminado el anterior, la industria editorial habría desaparecido hace unos cien años, justo cuando comenzó a despegar como negocio digno de tal nombre: como todas las que fabrican bienes culturales, la de los libros también subsiste merced a los frecuentes caprichos ("impulsos" lo llaman los mercadotécnicos) y reiterados autoengaños de sus consumidores.
Por lo demás, cualquier biblioteca individual suficientemente poblada alberga tantos vestigios de la biografía de su dueño como restos prehistóricos los estratos de la garganta de Olduvai. En los anaqueles más inaccesibles (o en la polvorienta fila interior) de la que serpentea por las paredes de mi casa, por ejemplo, podrían encontrarse desde novelas ilustradas de Salgari y tebeos de Mandrake el Mago, obsequiados por mis padres en lejanísimas convalecencias de tos y jarabe, hasta marxismos-leninismos (y anarquismos, y reiterados volúmenes sobre drogas liberadoras, técnicas sexuales "modernas" y demás kamasutras, antipsiquiatría, cancioneros de Janis Joplin y tomos encuadernados de Film Ideal) subrayados o anotados con la pasión intransigente del converso que cree que, por fin, entiende de qué va el mundo.
Almacenar libros puede ser también (pero uno nunca lo sabe hasta más tarde) una pasión autobiográfica, la lenta construcción de una abultada crónica de lo que uno ha sido y de lo que uno quería ser. En cierto sentido, una historia intelectual de su curiosidad. Por eso se hace tan difícil el expurgo, la poda, el desbroce: los cada vez más meritorios (y precarios) bibliotecarios profesionales, que en las dos últimas décadas se han enfrentado a profundos cambios en su entorno laboral y en la concepción misma de su admirable oficio, utilizan metáforas agrícolas o jardineras (weeding, en inglés, désherbage, en francés) para designar eufemísticamente la tremenda operación de suprimir libros con objeto de dar espacio a los recién llegados. Algo diferente, en todo caso, a lo que les sucede a los propietarios de las bibliotecas inventariadas por el minucioso inspector Marchamalo, para los que, seguramente, resulta más sencillo e incruento desprenderse de lo más nuevo, de lo que aún no está enraizado en su biografía sentimental y profesional. Llega un momento en que uno comprende no solo que el saber ocupa lugar, sino también que hay saberes que ya no interesan y otros que sí, pero que no pueden caber en ningún libro, porque son de algún modo intransferibles y, quizá, inefables. Sucede cuando uno se va haciendo mayor y contempla su biblioteca con la misma perplejidad que un arquitecto el edificio que un día esbozó en una servilleta de papel.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Creando mi primer blog

He estado a punto de cambiar el titulo de mi blog por otro más adecuado a mi estado de ánimo en general ante las nuevas tecnologías y,  en particular ante esta asignatura. El nombre que he barajado es el de "demasiado viejo para la revolución digital" pero tampoco es cuestión de estar  todo el día aireando los propios fantasmas.

No tenía ni la más remota idea de cómo se hacía un blog y esto es solo un síntoma de mi analfabetismo digital. Espero que aunque forzado  por la necesidad,   la asignatura me ayude a navegar , aunque sea sin perder de vista la costa,  en este proceloso nuevo mar que al parecer hay que surcar para habitar un nuevo mundo, llamado  no sé por qué 2.0 , que está  destruyendo al  antiguo.

Me interesan sobre todo las cuestiones sobre los efectos que pudieran tener las nuevas tecnología en nuestro modo de aprender y procuraré buscar opiniones al respecto de expertos cualificados. Por ahora invito a cualquier visitante de mi blog a ver la opinión de el Roto.

Primera clase

El apresurado recorrido por el mundo de las bibliotecas que realizamos en la 1º clase me resultó bastante esclarecedor en varios aspectos  .

Hasta ese momento, por un déficit no sólo de formación sino también de reflexión,  la imagen del bibliotecario para mí era la figura del que resultó ser  el auxiliar de biblioteca . 

Ahora sé que detrás de los mostradores  existe todo un mundo de  personas encargadas de reunir, conservar y difundir una pléyade cada vez más amplia de documentos de información. Me resulta especialmente  interesante la labor información bibliográfica que pueden prestar y que sin duda utilizaré en el futuro.

Decía que mi desconocimiento  era fruto  de mi falta de formación pero también me veo en la obligación de señalar la escasa publicidad que las bibliotecas realizan de sus funciones y misiones. Además, ¡ cualquiera  requiere algo más que cuestiones relativas a los aspectos más mecánicos y reiterativos  de prestamos y devoluciones con el talante poco cordial que se gastan  algunos auxiliares !  Si quiero ser justo,  he de reconocer que,  en muchos casos, pagan justos por pecadores y pienso en un auxiliar de la biblioteca de esta Universidad que invariablemente se niega a saludar y atiende siempre con una parquedad que raya lo insultante...

Disgresiones aparte,  el mundo de posibilidades que se abre a las bibliotecas con las TIC es apasionante sobre todo en su función de separar el grano de la paja en la pleyade de documentos que circulan por las autopistas de la información  y, paradojicamente, la anunciada decadencia del libro convencional no arrastrará también  a las instituciones que nacieron para albergarlos y sacarles todo su jugo .

Cómo cabiará el caracter de la Bibliotecas Nacionales  en su función de conservadoras de  la cultura nacional de un país, tambien es una cuestión a considerar y me gustaría averiguar algo al respecto.